Es rudo y sensible a la vez. No todos pueden guardar tan celosamente un interior esponjoso bajo una cubierta rugosa y desafiante. No es un pan cualquiera. Me gusta imaginar que, en un principio, cuando él apenas dormía sereno, esperando a ser horneado, el panadero llegó. Amenazante, tomo su cuchillo y con cierto arte y delicadeza le infringió la herida en el lomo que haría al futuro Birote tan inigualable. Llagado, lastimado, mostrando sus entrañas, el Birote así comenzó a endurecerse. ¡Cuán rápido llega hasta su punto perfecto!
Pero no es el único, decenas de ellos aguardan el momento para ser enviados al mundo, a su canasta respectiva. No olvidemos que en toda sociedad, existe un afán por clasificar a sus habitantes por grupos. Ellos no son la excepción. Todas las etnias, todos los sabores, todas las formas, serán agrupadas según el fin que tengan: Salado, bola dulce, miniatura, aquel que tiene bajo él, esas bolitas tan iguales, perfectamente trazadas que se antojan arrancar una a una.
Pero no todo es felicidad: El birote también es receloso, vengativo. Si no le prestamos atención, si lo abandonamos aunque sea por un día, se vuelve duro, indócil, villano. Y entonces allá va de nuevo, pero ahora al horno de casa, para ablandarle de nuevo el corazón.
Aunque nos ha fallado, lo perdonamos. Está de nuevo en perfecto estado: tranquilo, vivo, humeante, dispuesto a complacer las más caprichosas fantasías.
Je trato de leerlo sin prejuicios pero me gana una tendencia de interpretación psicoanalítica y me ataco de risa jajajaja
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