jueves, 27 de mayo de 2010

PSIQUIÁTRICO


Con la mirada fija en los enfermeros el joven pide que lo saquen de allí – Déjenme salir, no me voy a matar, no sean culeros ya- Está en el área que el personal llama Estancia Breve, donde llegan los pacientes en una fase crítica y son vigilados estrechamente por un periodo aproximado de 72 horas. En el Hospital psiquiátrico San Juan de Dios, sanatorio privado que le brinda servicio subrogado al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), la jefa de enfermería, la Licenciada Angélica Gómez hace su recorrido, comenzando por la sección destinada a los varones.

Las habitaciones están alrededor, un jardín al centro y el área asegurada por rejas. Aquí es conducido todo paciente que ingresa por primera vez y al cual se le brinda atención primaria. Se valora si es que tiene problemas físicos y la magnitud de éstos. De ser considerables, se traslada al enfermo a un hospital general para que pueda ser atendido. Los que se quedan, son diagnosticados por el médico de guardia, para conocer si el paciente con problemas agudos tiene riesgo de hacerse daño a sí mismo o a otras personas.

-Sáqueme o le pongo unos putazos- le dice el joven a la enfermera Angélica. Los pacientes en esta área suelen estar inquietos, agresivos o delirantes, “A veces son días de que no hay conciencia” expresa la licenciada. El estado mental de los internos en ocasiones obliga al personal de enfermería a controlarlos por medios físicos: si hay una actitud agresiva, se les conduce a la Unidad de Terapia Intensiva, donde las camas tienen métodos de sujeción de extremidades, las camas están empotradas al suelo y donde las habitaciones son monitoreadas por cámaras de video. El procedimiento para sujetar a los pacientes tiene que llevarse a cabo mediante formalidades: “nosotros no podemos sujetar a alguien si no tenemos la autorización por escrito, si no está escrito tenemos que estarlo deteniendo hasta que venga, ahora con los Derechos Humanos, los tenemos encima, niégales algo y ya los tenemos encima con las demandas”.

La siguiente área, donde los internos pueden permanecer hasta que son dados de alta es denominada Estancia Media. Aquí tienen más libertad para moverse, ya que cuentan con un amplio patio. Alrededor de éste se encuentran un gimnasio, la peluquería y el cuarto de televisión, “aunque a la televisión no le ponen aprecio mas que cuando hay futbol” dice la licenciada Angélica. Algunos de ellos están dormidos en el pasto, otros caminan mirando al cielo, con sombreros de hielo seco, adornados con plumas verdes y pintura. Un hombre de suéter negro está en el bebedero. Con las manos se acerca agua a la boca, como si fuese a beberla, pero después las abre y el agua cae al suelo, repitiendo la operación constantemente. Otros más juegan ajedrez, mientras Ponchito, uno de los pacientes de mayor edad repite al caminar: “Ay ando penando. Ando como las ánimas en pena, ando como las ánimas en pena”.

En los últimos años, la población del hospital ha ido cambiando. Anteriormente, los pacientes hombres superaban en número a las mujeres, ya que los casos de alcoholismo detectados por el IMSS eran enviados a este hospital. Debido a la alta incidencia, los costos se fueron elevando. Ahora, cuando llega un paciente alcohólico se canaliza a la clínica que le corresponde y después se va a casa. Por otro lado, las principales causas de ingreso en la actualidad de pacientes hombres son los trastornos de personalidad, que son desviaciones de la conducta de lo que culturalmente se considera “aceptable” y las adicciones. Como consecuencia, la mayor parte de los internos de la institución son del sexo femenino. La jefa de enfermería considera que esto se debe a que las mujeres son más propensas a padecer enfermedades por la depresión. El maltrato familiar, la violencia en el matrimonio, la falta de comunicación en el hogar y la infidelidad son las causas de desordenes mentales que ella localiza como las más frecuentes en las mujeres que atiende.

José Alberto Jiménez es uno de los enfermeros encargados de los pacientes hombres. Lleva 3 años en el hospital y recuerda con añoranza sus primeras experiencias en el campo, en la Cruz Roja, en la “medicina general” como él la llama, donde en el área de urgencias él considera hay más acción. La rutina en el psiquiátrico le parece un tanto lenta, aburrida; repetir las mismas acciones todos los días. Aunque, confiesa, hay ocasiones en que la rutina se rompe y los pacientes se tornan muy agresivos y hasta han llegado a golpearlo, sobre todo cuando por alguna razón les suspenden la medicación: “Entran en un estado que dices: ¡De dónde sacó tantas fuerzas!

Además, tiene que ser muy cuidadoso de no involucrarse demasiado en los problemas del interno, porque puede salir afectado. Recuerda que sus compañeros le recomendaban “oír a los pacientes, no escucharlos”. Confiesa que muchas veces se ha “llevado los problemas de los internos a casa” y se acuerda que algunos enfermeros han pasado a formar parte de la institución, pero del otro lado, donde están las personas con trastornos mentales. A pesar de todo, también le gusta la relativa tranquilidad de su trabajo, suele ir al gimnasio con los pacientes, jugar fut-bol con ellos y hacer “desmadre”.

Estancia Prolongada se compone de un patio, el comedor y 10 habitaciones. Aquí se encuentran los pacientes con enfermedades crónicas y que han permanecido más tiempo en la institución que cualquier otro interno: Dianita, Raúl, Luis, Rosita y Gil. Aunque en esta área se encuentran los pacientes de mayor edad, las paredes del comedor están adornadas con balones de fut-bol con colores llamativos, creando una atmósfera particular, como si se tratase de un jardín de niños. Los enfermeros conocen bien a estos pacientes: Dianita tiene 49 años internada, cuando la sacan pide que la regresen, Raúl pasa la mayor parte del tiempo en el suelo, dando vueltas. Luis se golpea a sí mismo. En este momento Rosita duerme en su habitación, al igual que Gil, que acaba de sufrir una crisis convulsiva: “Gil está chiquito pero está sujeto, porque él muerde, él se va a las mordidas y te arranca el trozo” dice la enfermera encargada. Dos empleados, una enfermera y un religioso son los responsables de estos pacientes. “A ellos hay que estar bañándolos 4 o 5 veces al día porque no te avisan que van al baño, hay que vigilar su ingesta porque pueden tomarse un bocado entero y se nos pueden ahogar” expresa.

Ocurre con frecuencia que las familias de los internos ya no pueden pagar las cuotas del hospital, que oscila en los $500 pesos diarios por paciente, y debido a la estancia tan prolongada que algunos de ellos llevan, la familia deja de cubrir sus pagos. El hospital, en su calidad de institución católica también está comprometido a brindar asistencia social, y no se obliga a la familia a cubrir las cuotas, sino que se llega a acuerdos mediante un abogado, para determinar qué cuentas pueden ser saldadas y cuál sería un monto adecuado para que las familias sigan aportando dinero al sanatorio.

El lado izquierdo del hospital está destinado a las pacientes mujeres. La Clínica de Esquizofrenia atiende a 27, el cupo máximo. Ellas se caracterizan por ser de conducta impredecible, ya que la enfermedad implica una distorsión del pensamiento, llevando al que la padece a tener ideas delirantes, así como alteraciones en la percepción auditiva y visual. En la puerta de acceso al patio están dos internas, una es joven, de piel blanca y cabello trenzado. La otra es un tanto mayor y tiene la mirada fija en algún punto de la pared. – Déjeme salir, quiero ir con mi mamá- dice la joven, mientras la otra permanece inmóvil, con la boca semi-abierta. Las enfermeras tranquilizan a la primera y la conducen de nuevo al patio, discretamente.

Las escaleras afuera de la Clínica de Esquizofrenia conducen al área de Estancia Breve y Media de Mujeres, en donde los casos más comunes son trastornos afectivos: depresión, trastorno bipolar y en las pacientes más jóvenes, anorexia, bulimia y adicciones. Teresa Parra, Marta Tiburcio y Alicia Hernández son algunas de las enfermeras encargadas de la sección. Diariamente revisan los expedientes, administran medicamentos, llevan las dietas de las pacientes, y las conducen de sus habitaciones al comedor, al patio central y a realizar llamadas telefónicas, además de esto, les verifican la presión, los niveles de glucosa en sangre, las bañan, las limpian y asisten. Están con ellas y las vigilan en las 12 horas que dura su jornada de trabajo.

Alicia narra cuáles fueron sus impresiones cuando comenzó a trabajar con pacientes psiquiátricos; en un principio ella creía que los internos usarían camisas de fuerza y se moverían como zombis, pero al ingresar al hospital, cuando recién terminó de estudiar la carrera de enfermería, se dio cuenta de que no era así. En realidad, como ella lo relata: “el paciente necesita una atención especial, más que nada apoyo moral, porque casi la mayoría de las pacientes vienen por depresión, ahorita que es la enfermedad del momento”. Ella considera que cuando se es enfermera hay que “ser de todo”: terapeuta, trabajador social y hasta psicólogo, cosas que no se aprenden en la escuela, sino en la experiencia diaria en el hospital.

Marta Tiburcio recuerda particularmente aquella ocasión en la que su compañera Alicia le entregaba la guardia y hacían el cambio de turno. Recorrieron las habitaciones, una por una, hasta llegar a la número 6, donde se encontraba la interna con una sábana al cuello que colgaba del cortinero. Las enfermeras lograron intervenir a tiempo, Marta recuerda la mirada de la mujer mientras la conducían al área de observación: “Me veía con coraje, porque no consiguió lo que ella quería y para hablarme tardó como unos dos días”. En otra ocasión, con otra paciente, no tuvieron la misma suerte: “Se asfixió con una bolsa de plástico, se la puso, se la amarró y se quedó dormida. Ella no andaba diciendo – me quiero matar, me voy a matar, - ella se subió, tuvo visita de 1 a 3 y a la hora de bajarlas para andar en el patio, anduvimos tocando las puertas: -oye ya al patio, ya terminó la hora” y la sorpresa fue que la paciente ya estaba muerta” En esos casos, el cuarto se cierra con llave, hasta que el médico y el supervisor llegan. Si los demás internos preguntan, sólo se les dice que al paciente se lo llevaron a petición de algún familiar, o que fue dado de alta simplemente.

En lo que ellas coinciden, es que sienten una gran satisfacción al ver que los internos se van. Algunos regresan, otros se van para siempre. Saben que cada vez que un paciente reingresa, muestra un comportamiento diferente al que mostraba con anterioridad, siempre impredecible, casi como si fuese otra persona, que exige toda su atención. Todos esos días, en que parece que no logran ningún avance tienen su recompensa el día en que los ven caminando, relacionándose con los demás, observando libremente el mundo a su alrededor. El sentimiento que experimentan se reduce a una sola palabra: “Salió”.

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