lunes, 5 de abril de 2010

AFTERPARTY


Dos mujeres de largas pestañas y cejas pobladas nos reciben al entrar. Ambas fuman grandes cigarros de mariguana mientras intercambian miradas con algunos hombres que también se encuentran en la puerta. Es domingo al medio día y el ambiente en la calle se siente habitual, menos apresurado, hay pocos coches y sólo algunos comercios están abiertos. Es el centro de Guadalajara y las calles Prisciliano Sánchez Y Galeana.

Recientemente, Abraham González Uyeda, diputado del Partido Acción Nacional presentó una propuesta para cerrar bares y antros a las 2 de la mañana. González Uyeda justifica su proyecto diciendo que homologando el cierre de establecimientos donde se vende alcohol se evitarán accidentes viales. La propuesta aún no ha sido aprobada, e incluso se ha planteado someterla a consulta ciudadana para saber cuál es el horario que sugiere la población joven para el cierre de bares. Mientras tanto, en la ciudad operan lugares como este: Euro, un afterparty donde la fiesta comienza a las 6 de la mañana y se prolonga hasta bien entrada la tarde.

Entrar aquí es gratis. Entramos. No hace falta mostrar identificación alguna, ni acreditar la mayoría de edad. Tampoco nos revisan en nuestra persona, ni en nuestras pertenencias. El ambiente se va oscureciendo mientras avanzamos y un penetrante olor a mariguana nos azota el rostro al adentrarnos por completo. Poco a poco comenzamos a notar a los asistentes, La diferencia entre hombres y mujeres no se dispara, El aspecto de la mayoría es casual, algunos hombres visten camisas a rayas, varias mujeres usan vestidos cortos o shorts y gran parte de las personas usa lentes oscuros. Los que en realidad se distinguen son los asistentes travestis y transgénero: todos ellos, más de 10, son muy altos y su colmado maquillaje descubre una pasada masculinidad. La pista de baile está delimitada por pilares y arcos, es evidente que el local nunca fue concebido para ser un bar o club de baile. Hay concurrencia, aún así cualquier aficionado a los antros podría decir que el lugar está algo vacío. El local es amplio, hace un calor húmedo y la pista de baile es iluminada por intermitentes luces azules y verdes. Arriba hay menos gente, sólo una pareja de hombres dormidos que están sentados en el piso, el cual está mojado completamente y dificulta la tarea de subir las escaleras.

Desde aquí arriba podemos ver mejor al DJ, mientras comienza a sonar la mezcla de I’m in love, sube a la cabina un hombre vestido enteramente de blanco, porta un sombrero y plumas al cuello. Baila y sonríe a los asistentes, mirándolos desde su sitio. La gente comienza a bailar con más ánimo. Han dejado sus mochilas y chamarras en el piso, en pequeños montones. Frecuentemente vemos que las personas pasan y tropiezan con las mochilas, lo cual no los detiene y desaparecen más adelante entre la gente.

No tenemos ganas de orinar, pero hemos llegado aquí a observar cómo son los llamados afterparties y entraremos a conocer los baños. A un costado del sanitario de caballeros está un hombre sin camisa, frente a él un contenedor azul con botellas de cerveza vacías. Se esfuerza notablemente por vomitar sobre el bote, pero no lo consigue, sus ojos están llorosos, y se observa desconcertado. El piso del baño está aún más mojado. Del lado izquierdo se encuentra el sanitario de mujeres. Él (después de las cirugías, ella) entra al baño. La piel de su rostro es blanca, tiene largo cabello negro, senos extraordinariamente grandes, al igual que sus labios y sólo viste un sostén negro de encaje y una pequeña falda de mezclilla. Su abdomen exhibe varias cicatrices, muestra efectiva de una liposucción mal practicada. Es seguida por un musculoso hombre de jeans y botas vaqueras. La de senos prominentes espera frente al cubículo a que el musculoso termine de defecar. Fuma y bebe de su Indio mientras observa la punta de las botas del hombre, que se asoman por debajo de la puerta y revelan su actividad.

La atmósfera del sanitario es un respiro, adentro no se percibe el olor a cigarro. Frente al espejo una mujer retoca su maquillaje, se apoya en el lavado, que tiene una gran cantidad de largos cabellos negros. Mientras tanto, el hombre musculoso ya ha terminado sus necesidades y ha dejado el baño inhabilitado para su correcto uso. Esta misma operación la han repetido en dos ocasiones, tal parece que a él no le gusta dejarla sola cuando tiene que ir al baño y tampoco le agrada usar el de caballeros.

Al regresar a la pista sentimos ese mismo golpe de mariguana que percibimos al entrar al antro. Recorremos los rostros y vemos uno familiar. No sabemos su nombre, ni hemos hablado con él. Lo vimos por primera vez hace más de 12 horas, en un club nocturno: Siete Pecados. Es joven, de piel blanca, cabello rubio y usa una holgada camisa blanca. Su aspecto revela que ha estado despierto todo ese tiempo, posiblemente ha recorrido los antros de la ciudad, ha visitado por lo menos dos, los mismos que nosotros. Ha cambiado de compañero en al menos dos ocasiones, los dos hombres que hemos visto con él.

Ahora tenemos al lado a dos vestidas, como suelen llamarle en los círculos homosexuales a los hombres que visten como mujeres, más no han cambiado de sexo. Ambos visten diminutos shorts de mezclilla y aspiran cocaína de un pequeño tubo color plata, que comparten. Tratan inútilmente de esconderse en la sombra, pues las luces verdes iluminan sus esnifadas. A unos pasos de ambos, se encuentran dos hombres sin camisa, grandes y velludos. Uno de ellos está recargado entre los pilares y el otro le practica sexo oral. La gente no los observa, nadie los molesta, no los interrumpen.

Mientras esto aquello ocurre, una mujer obesa se acerca y disimuladamente trata de tocarnos. Nos apartamos. Trata de tocar a la mayoría de los hombres que pasan junto a ella. Sólo uno se ha interesado, joven moreno y bajo de estatura, viste una camisa casual a rayas azules. Bailan y se tocan. Sólo en ese rincón del local las personas han interactuado con nosotros. Nos sentimos incómodos y nos movemos de lugar. Frente a nosotros se encuentra la barra. Se exhiben algunas botellas de Gatorade, tequila Herradura y bebidas energéticas. Un letrero luminoso que anuncia Red Bull se ubica en el dintel. Lo que más sirven son cervezas, $10 pesos por botella. A un costado de la barra hay unas escaleras, que conducen a una pared de cristal y a una pequeña puerta blanca. Subimos, pero nos detiene el hombre de sombrero blanco que bailada junto al DJ: - Ahí no pueden pasar, es acceso restringido- dice mientras sube las escaleras apresuradamente, contoneándose a cada peldaño. Minutos después, un hombre notablemente alcoholizado, de manera extraña y agresiva se nos acerca y emite un sonido gutural, como si tratase de imitar el rugido de un león, se va.

El lugar se ha ido atestando. El calor se ha vuelto incómodo. Nuestra visita ha terminado. Me pregunto qué pasará con lugares como este si es que las reformas propuestas por el PAN se llevan a cabo. ¿A dónde irá toda esta gente? ¿Cómo es que conseguirán seguir con la fiesta? Seguramente encontrarán la manera.

jueves, 1 de abril de 2010

FRUTAS Y VERDURAS


A través de anuncios gráficos por la ciudad hemos visto cómo el Gobierno Federal incita a la población mexicana a consumir 5 frutas y verduras por día, una porción de cada color. “Las frutas y verduras mexicanas son económicas, ricas y sanas” expresa un cartel con la imagen de una amigable palma de mano. Se trata del programa “5 x día” el cual se encuentra a cargo de la Fundación Campo Educación y Salud A C y que se basa en la recomendación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de consumir al menos 400 gramos de frutas y verduras al día.

Leticia Cruz vive con su esposo y 3 hijos. Compra frutas y verduras una vez por semana en un tianguis ubicado en la colonia El Sauz, en Guadalajara Jalisco. Tal parece que acaba de llegar al tianguis, ya que aún no carga con bolsas, y sólo porta una pequeña cartera entre sus manos. Del dinero que su marido le da para comprar alimentos y productos de limpieza, ella destina $100 pesos para frutas y verduras, que es la mitad del efectivo que carga para realizar sus compras. 100 pesos a la semana con los que supuestamente debe darle 5 raciones de estos alimentos a cada uno de los miembros de su familia, diariamente.

Quienes más consumen frutas son sus hijos. A pesar de que ellos no ingieren las 5 raciones diarias, las frutas y verduras en casa de la señora Leticia Cruz alcanzan para un máximo de 4 días a la semana. A veces tiene que comprar en el supermercado, “es un poco más caro, pero no toda la semana hay tianguis” En cuanto a las frutas de temporada, va comprando “cuando se van poniendo más baratas” Además, los precios que le ofrecen en el tianguis varían semana a semana y es desde el mes de diciembre que los precios se han mantenido en constante alza, según expresa.

La familia de Leticia gusta de comer plátanos, manzanas y guayabas. En cuanto a verduras, prefieren calabazas y chayotes. En el mismo tianguis donde ella compra sus alimentos el precio por kilogramo de plátano se ubica en $13 pesos, el cual contiene 6 piezas, las manzanas a $31.50 con 5 piezas y las guayabas a $17.50 el kilo, con 10 piezas. Por otra parte, las calabazas cuestan $20 pesos, con 4 piezas y los chayotes a $10 pesos por kilogramo, con 3 piezas.

Haciendo una prueba de experimentación, para que la señora Leticia Cruz le pueda dar a cada miembro de su familia las 5 raciones por día, combinando frutas y verduras de diferente color, todos los días de la semana, que es lo que el programa de alimentación establece, tendría que comprar 6.25 kilogramos de cada fruta o verdura que su familia prefiere: Guayabas, plátanos, manzanas, calabazas y chayotes. Es decir, tendría que gastar $575 pesos a la semana para cumplir con las raciones completas, un promedio de $115 pesos por cada tipo de fruta o verdura, casi 5 veces más de lo que actualmente gasta en este tipo de alimentos. Además hay que considerar que su familia no solamente se alimenta de frutas y verduras y tiene otras necesidades, las de todas las familias: vestido, transporte, educación, salud, etcétera.

Este es el caso en específico de una habitante de la ciudad de Guadalajara, pero ¿qué ocurriría con sectores enteros de la población si intentasen seguir el plan de alimentación de 5 x día? Según datos que proporciona el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) el salario mínimo en México se ubica en un promedio de $55.88 pesos por jornada. Un trabajador que percibe el salario mínimo con una familia similar en número a la de Leticia Cruz no tendría dinero de sobra si comprase toda la fruta y verdura necesarias, es más, ni siquiera le alcanzaría ya que le harían falta $183 pesos para cubrir las raciones. Por otra parte, no es la mayoría de la población la que percibe un salario mínimo. De acuerdo con estadísticas del propio INEGI, la población económicamente activa en el país percibe un salario promedio de $217 pesos la jornada, $1302 pesos a la semana. En teoría y continuando con el ejemplo de un hogar de 5 miembros, los jefes o jefas de familia con salario promedio deberían destinar un 44.16 por ciento de su salario semanal en frutas y verduras.

Entre las largas hileras de jitomates, puestos de piratería musical, ropa interior y juguetes, Leticia Cruz ya comenzó a buscar los mejores precios, las verduras de mejor calidad. Seguro llevará guayabas, la fruta que más le gusta a su hijo el menor. A pesar de todo “tiene uno que comprar, ni modo de no comer” dice ella con una resignada sonrisa.