domingo, 27 de diciembre de 2009

VENTE EN MI BOCA

Corrían los primeros años del nuevo milenio y la indocta euforia de las personas acerca del final de los tiempos ya se había disipado. Los sacerdotes en las iglesias ya no hablaron acerca de “estar preparados para los eventos futuros” ya que al fin y al cabo, las computadoras no se volvieron locas y todos seguimos aquí. El nuevo milenio comenzó y las personas se dieron cuenta que sus vidas en nada cambiarían.

Fue en esas épocas en las que la imperativa frase “Vente en mi boca” comenzaba a sonar en la escena underground del rock en la Ciudad de México. Lejos de querer hacer una reseña acerca de la música independiente en el país, o hablar sobre la trayectoria de
Las Ultrasónicas, banda femenina formada en 1996 responsable de dicha canción, dedico estas líneas a expresar lo que viene a mi mente al escuchar sus alborotadas guitarras, líneas que no podía titular de otra manera mas que del mismo modo en que se titula la canción.

Y es que el nombre se presenta tan resbaladizo y desvergonzado que funciona a la perfección para contraponerse con lo que mis 20 años de vida en este país me han demostrado: Las mujeres mexicanas tienen miedo de expresar sus deseos, especialmente cuando de satisfacción sexual se trata.

¿Por qué me atrevo a ser tan directo con esta sentencia? Las pruebas se me han presentado día con día: Cuando ellas titubean antes de pronunciar palabras como pene o sexo, aún en compañía de gente despreocupada y de confianza. Cuando son incapaces de responder si alguien les pregunta ¿Te has masturbado alguna vez? Y digo incapaces de responder no porque sea una pregunta indiscreta, sino porque ellas consideran que las mujeres no realizan ese tipo de actividades.

Constato que las mujeres mexicanas tienen miedo de expresar su sexualidad cada vez que entre ellas se recriminan cuando una se atreve a apartarse de las masas y expresa libremente sus deseos en cuando al sexo se refiere, de inmediato esa mujer es tachada de libertina y descarada. Lo verifico cada vez que los hombres son libres al hablar del cuerpo femenino y lo hacen de manera espontánea y sin restricciones. De manera contraria, son pocas las mujeres que no optan por decir “los ojos” cuando les preguntan qué parte del cuerpo del hombre les parece más atractiva. Es por ello, que un grupo de mujeres que alzan sus micrófonos para pedir lo que ellas quieren resulta refrescante, aunque el himno de nuestra generación, como Las Ultrasónicas se refieren a su Vente en mi Boca haya visto la luz por primera vez hace aproximadamente 8 años.

Claro está que hacer generalizaciones es incorrecto, pero es que esta situación de censura sexual es extensa y arraigada. Causas, podemos señalar muchas, tantas que sonaría a letanía de movimiento pseudofeminista: La iglesia, la educación en el núcleo familiar, los roles de género, la historia misma. Pero aplicar el juicio en esta cuestión cultural no servirá de mucho si lo que se busca es un cambio. El término movimiento será el más adecuado. Movimiento en las mentes, en las percepciones, en las ideas. Movimiento para abandonar las restricciones y dejar de ser Las mujeres que besan y tiemblan, parar de limpiarse la conciencia y dejarla pulcra hasta el punto en que se puede comer en ella. Es por ello que celebro que haya mexicanas que tienen la iniciativa de renunciar a los modelos establecidos cantando “te quiero saborear”, sin ninguna pretensión de denuncia social o tendencia feminista, sino sólo por el placer y la libertad de hacerlo. La confianza en ellas mismas y la firmeza en sus palabras conforman el valor de su trabajo, por encima de la musicalidad y capacidades vocales (no bucales) con las que cuentan, que dicho sea de paso, son de innegable inferioridad.

En fin, si esto es lo que se necesita para despertar del eterno letargo en el que muchas mujeres mexicanas viven sumidas, entonces los hombres deberían empezar a eyacular en las bocas de más mujeres y hombres en esta sociedad.
Escucha la canción en www.myspace.com/lasultrasonicas

sábado, 12 de diciembre de 2009

LA LLEGADA

Daniel Badillo.
(Basado en el trabajo Cambios Extraños por Gabriela Toríz)


-Sí hija, ¡Muy pronto va a llegar! ¿Verdad que te vas a portar muy bien con él?- Pero esto no se lo explica, ¿Por qué deben tener otro niño en casa? La verdad es que la idea nunca la entusiasmo en lo más mínimo. Ver durante varios meses a Papá y Mamá hablando todo el tiempo sobre el bebé que estaba en camino, comprando juguetes y adornos para la que sería su habitación. La actitud de ambos había cambiado completamente, ¡Qué extraña se ve Mamá con sus amigas bebiendo soda en biberones! Todos en esa fiesta parecían muy entusiasmados hablando de Mario, como Papá decidió ponerle al nuevo bebé.

Después de algún tiempo, no recuerda cuánto, ella estaba en el patio de la escuela con sus amigas, jugando a perseguirlas, cuándo en medio de todos los niños entró su hermana mayor con una sonrisa ligera, esquivando a los niños que se divertían a su alrededor. –Tenemos que irnos, Mario ya está aquí.- No entendía porqué tenía que dejar sus juegos para ir al hospital con Mamá, en fin, el bebé ya había llegado, pero su hermana le tomó de la mano y dejaron la escuela, después de esperar algunos minutos afuera de la oficina de la directora, donde ambas mujeres seguramente trataban asuntos importantes.

Con todo ese desperdicio de tiempo su hermana decidió ya no ir al hospital y se fueron directo a casa. Estando la niña sentada en la sala, perdida entre los recortes de su libro de actividades, vio entrar a Mamá con una enorme y esponjada cobija azul, y a Papá con una maleta pequeña y varios papeles en la mano.
Corrió a abrazar a Papá como todas las noches cuando llega de trabajar, cuando finge que es un oso y aprieta sus mejillas con las de la niña, cuando ella siente la barba que le raspa y Papá la suelta después de un momento. Pero esa vez fue diferente: – Guarda silencio Gaby, tu hermano está dormido- fueron sus palabras. Desde ese momento supo que las cosas no serían iguales.

Es un intruso metido en su familia. Sólo escucha la voz de Mamá diciendo –por favor guarden silencio, guarda silencio- Odia esas palabras, ¿En realidad tienen que repetirlas todos los días? El olor a plástico está por todas partes, le quema la nariz. Le molesta que toda la casa esté tan cerrada, tan caliente, y lo peor de todo, parece ser que ella es la única que se da cuenta de todo esto. Parece ser que ella es la intrusa. Papá y Mamá no se dan cuenta que esa pequeña cosa trata de separarlos a ella y a sus padres. Sí, está segura, ese es su plan. Los separa cada noche que grita sin cesar, entre las atenciones incansables de Mamá. Le parece increíble que una criatura tan pequeña pueda llorar tan alto que hasta los vecinos de la colonia deseen que se calle de una vez. Ese bebé los separa a ella y a sus papás vez que ellos lo cargan, lo miran por largos ratos y no se cansan de cuidarlo, esa es la realidad.

Es El ladrón de Padres. No podría llamársele de otra manera. Sólo se calla si alguno de los mayores lo mima y lo mece constantemente, en ese momento su llanto cesa como por arte de magia. Esta nueva rutina no le complace. Ahora su papá no llega a casa para darle sus grandes abrazos de oso. Ahora está cansado y dice que sólo quiere dormir un poco antes de que el bebé vuelta a despertarse. Sólo le queda recordar los días felices cuando eran sólo sus papás y ella, y algunas veces su hermana mayor, cuando ella iba los fines de semana a visitarnos. Pero con la hermana nunca hubo mayor problema, ella es grande y tiene muchas ocupaciones, no tiene ningún reparo en compartir sus papás con ella.

Un día solitario, así como todos eran desde que El ladrón de Padres llegó, Gaby se acercó al cunero que se encontraba en la habitación al final del pasillo. Si no puedes con el enemigo, únete, pudo haber pensado la pequeña cuando decidió conocer a la criatura que había entregado tantos cambios en su vida, ya que hasta ese momento, se había negado a verle el rostro al desapacible Mario.

Un hombrecito duerme tranquilo entre sábanas. Al pasar de los días Mario ha resuelto pasar más horas en silencio. La tranquilidad de la habitación le hace pensar a Gaby cómo ese pequeño la ha hecho tan infeliz y no puede evitar hacer muecas mientras lo contempla.

Como suele suceder, perdió. Esa tarde pudo haber pasado escuchando los graciosos sonidos que el bebé hacía al respirar, descifrando el fuerte olor que emanaba de su cabeza, tratando de desempuñarle las manos de una vez. Perdió. Lo sabe y no se arrepiente, lo supo desde la vez que no pudo aguantarse la risa ante su nueva máquina de hacer burbujas salivales, desorientado y sin dientes. Quiere él sea su mejor amigo cuando sean grandes, y ella el de él. Mientras tanto será el guardián de sus sueños.


domingo, 6 de diciembre de 2009

EL PLÁSTICO SIEMPRE SE CONVIERTE EN BASURA

Está por llegar. Y con él, la desenfrenada carrera por ganar el último pavo vestido de plástico del refrigerador en Wal- Mart, ese mismo que eriza los vellos si se mantiene el brazo adentro demasiado tiempo. Y con él, la búsqueda incansable del muñeco de acción, ese visto tantas veces en los espacios comerciales, el que recrea nebulosamente la imagen de algún personaje en boga de la televisión, hecho de plástico, por supuesto.

Así es, Santa Claus is coming. Y con él las cegadoras fachadas de las casas, que presumen intrincados juegos de luces y adornos invernales, (también de plástico), mismos que sobrecargan el contacto eléctrico y pueden ocasionar una electrizante tragedia, Dios no lo quiera, ya que está a punto de nacer.

No hay duda, Santa Claus is coming y nada hay que se pueda hacer. Pero, ¿desde cuándo Santa Claus is Coming en inglés y desde una tierra remota hasta este lugar del mundo? ¿Desde cuándo comemos pavo congelado y compramos en Wal-Mart panes “italianos” made in Bolivia? ¿Por qué insistimos en crear atmósferas tan aberrantes a nuestro entorno, haciendo paisajes gélidos en recibidores y escaparates? ¿Cuándo descubrimos que el significado de esa fiesta es compartir un materialismo endoculturizado de importación?

La respuesta a esta última cuestión pareciera ser simple: Siempre ha sido así, al menos para las generaciones más jóvenes. Pero esa lata de Coca – Cola que baila sin cesar portando un minúsculo gorro rojo me hace pensar que las cosas no son así de simples. Tratando de encontrar algunas respuestas, mi atención se desvía y me pongo a averiguar de qué está hecha la campechana Coquita navideña. Sí, plástico fue el material elegido, en realidad sólo era para corroborar.

No hace falta ser un estudioso de las ciencias sociales, o aplicar métodos antropológicos de observación para percatarse que la sociedad mexicana está integrando constantemente conductas y costumbres originadas en el país vecino del norte. Pero lo verdaderamente lamentable de este asunto no es la falta de una identidad original como cultura y sociedad, sino que todas estas costumbres aprendidas se basan en el consumismo, la simpleza y lo material, son simple y burdo plástico.

Por otra parte, este año se ha caracterizado por ser un lapso especialmente desfavorecedor para quienes pretendan llevar a cabo una celebración. Resulta difícil, claro, cuando la sociedad se pierde cada vez más en una vorágine de conflictos y crisis económicas. Resulta difícil celebrar cuando no se vislumbra una salida a este problema, y peor aún, cuando cualquier pequeño punto esperanzador de progreso se aleja cada vez que la sociedad extiende su brazo hacia él. También resulta difícil celebrar cuando ni siquiera conocemos por qué celebramos. Aunque pensándolo bien, esta última cuestión nunca ha importado demasiado, sino que el chiste es celebrar.

Los típicos rituales decembrinos no nos han aportado nada nuevo en ninguno de sus capítulos, los que se transmiten una vez al año, (al menos, la industria de Papá Noel no ha decidido hacer una segunda o tercera temporada en cualquier otra época del año, algo así como “Navidad 2.0, vive el verano al máximo”)

Una vez más veremos cómo la ciudad se transforma en “La ciudad Navideña por excelencia”, como a alguna mente se le ocurrió, de manera arbitraria, para bautizar a Guadalajara. Veremos el centro histórico lleno de luces, colores, Nochebuenas, aparadores llenos de tentadoras ofertas y a una masa que no se empezará a preocupar sino hasta el mes de Febrero, cuando haya que liquidar su cuenta de ese lugar en el que “su crédito vale más que el dinero”.
Pero los ánimos no decaen, comeremos ensalada de manzana, haremos intercambio de regalos y beberemos ponche en posadas que sólo el nombre ostentan.

“Además de celebrar el nacimiento de Jesús, es hora de reflexionar, de ver qué hemos hecho bien en este año y cómo podemos mejorar en el siguiente” diría cualquier sacerdote al ser cuestionado sobre el verdadero significado de la navidad. La realidad es que poco importa el recién nacido para quienes buscar encajar en la sociedad, comprándole al hijo, a ese que tienen enfrente y les pide de comer cada día, el juguete que les ha solicitado afanosamente desde que lo vio por primera vez, en aquella venta pre- navideña del almacén de moda, allá por los tiempos del mes de septiembre.

Y sobre el 2010 y cómo podemos mejorar, cierto es que situar la mirada en los próximos meses resulta algo conminatorio e incierto. Considero esa una de las razones por las cuales la gente prefiere disfrutar en diciembre, y sufrir por lo menos por 5 meses después: “será otro año ya.” Algunos investigadores señalan que el mexicano contemporáneo celebra para desviar su atención de la crisis social, cultural y financiera en la que ha vivido toda su vida, toda la vida, y de esta manera poder sobrellevar la carga, pero habrá que preguntarnos: ¿Habrá alguna ocasión para analizar una forma para evitar una perpetua celebración en el México de nuestros días? Tal vez estemos demasiado ocupados recogiendo la basura y enmendando los estragos de la posada del día anterior, ya que el plástico siempre se convierte en basura.