lunes, 21 de junio de 2010

DÍA LIBRE


Esperé dos semanas a que este día llegara. En la escuela nos llevarían de visita al Museo Regional de Jalisco y vaya que era un gran evento, ya que no solemos salir en excursiones muy a menudo. Desde temprano en la mañana comencé a prepararlo todo: al salir de bañarme ya me esperaba en la habitación mi playera blanca, unos shorts amarillos y un par de calcetines cortos, todo esto acomodado como si yo estuviese tendido sobre la cama y me hubiese desinflado. Mamá aún preparaba el almuerzo para mis hermanos y yo. Además me armó un refrigerio para la tarde: una torta de jamón con crema, cebolla y jitomate, y para beber, un yogurt de fresa. Todo cuidadosamente acomodado en mi mochila roja con amarillo, esa que me gusta tanto usar en las pocas veces que nos han llevado a pasear. “No se te vaya a olvidar el permiso firmado” me dijo Mamá meneando el guiso de huevo con chile que cocinaba.

Elsa, mi hermana, la que sigue de mí y que ya va en la secundaria, tomó su mochila y se fue. Mi hermano Adrián ya no estaba en casa y yo seguía esperando a que Mamá terminara de hacer sus quehaceres para que me llevase a la escuela. Nueve años de edad, ya va siendo hora de que me deje ir a la escuela sólo, pero ella insiste en que es peligroso caminar esas siete cuadras para un niño de mi edad. Pero como todos los días, se le ocurre hacer mil cosas antes de salir de casa: dejar listo esto, comprar lo que falta, ir preparando aquello… Y como si fuese un ritual que hay que repetir día con día, ir al baño siempre antes de salir “no vaya a ser que me den ganas y luego no llegue a tiempo”

Y hoy no fue la excepción; ya eran las dos de la tarde y seguíamos en casa. Comencé a desesperarme un poco, pero me calmé a mi mismo pensando que no había razón alguna para preocuparse, total, muchos niños también llegan tarde y lo único que ocurre es que todos los demás les gritan fuertemente “¡Buenas noches!” desde sus lugares.

Minutos después salimos finalmente y Mamá sugirió que debíamos tomar un camión en lugar de ir caminando, como lo hacíamos de costumbre. La calle estaba algo vacía, poca gente y no había coches circulando, algo extraño para la calle en donde vivo. No me pareció que fuese a pasar algún camión pronto, pero Mamá se adelantó a mi respuesta y cambiando de parecer simplemente dijo: “Sí llegamos, mejor vámonos caminando”, como si me hubiese leído el pensamiento. Para ese momento mi grado de desesperación había ido ligeramente en aumento. Pasamos por la cremería de la señora Elodia “¿No quieres llevar un Yakult?”

Me pareció que no era momento de detenernos para comprar más alimentos, pero, un Yakult no era mala idea. Algunos minutos después y ya íbamos de nuevo camino a la escuela.

Las últimas tres calles antes de llegar se alargaron más de lo esperado. Que el autobús encargado de llevarnos al museo se fuera sin mí no me había parecido una opción tan probable como lo fue en ese momento. Me preguntaba si mis amigos ya estarían en la escuela, ¿Ya habrían entregado sus permisos para ir de paseo? ¿Alguno lo habrá olvidado, provocando que se retrase todo y sea él quien reciba las burlas en vez de mí? Julio vive muy cerca, seguramente ya habrá llegado. A Alejandra siempre la trae su tía, muy puntualmente. Tía que por años pensé que era su mamá, esa señora tan joven y malhumorada. Espero que Enrique no vaya porque de seguro se la pasará molestándome y haciendo bromas sobre mi estatura.

Con estos pensamientos estaba cuando vi pasar un camión blanco, grande. Era uno de esos que parecen estar hechos por completo de lámina, los que no circulan por las calles tan a menudo, esos que los maestros contratan para paseos especiales. Lo vi pasar frente a la escuela, transitar de lado a lado sin detenerse, hasta perderse de vista. Todavía a una cuadra de distancia Mamá y yo nos detuvimos repentinamente. No hizo falta que alguno de los dos dijese algo para entender que ese era el camión, que aún nos quedaba una cuadra por caminar, que ya era demasiado tarde y que se habían ido sin mí. Enojado, amargado y triste quería reclamarle a Mamá: ¿Por qué siempre te dan ganas de ir al baño antes de salir? ¿Por qué tienes que lavar los trastes antes de llevarme a la escuela? No se ofenderán y se irán a otra parte si los dejas sucios ¿Por qué le tienes que contar a mis tías todas las cosas vergonzosas que suelo hacer y decir sin querer? ¿Por qué siempre me dices que yo debería ser más como mi primo Lalo? él que aún siendo un niño es siempre tan cortés y educado en las reuniones familiares. ¿Y por qué caminas tan lento siempre?

Sí, quería reclamarle todas estas cosas y más, muchas más. Pero no dije nada, por otra parte ella se limitó a decir “Si no nos hubiéramos parado por el Yakult, sí hubieras alcanzado a tus compañeros”

Me ofreció llevarme hasta el museo, pero dije no. En realidad no me emocionaba la idea de ir al Regional de Jalisco, ni siquiera sé qué es lo que exhiben ahí. Lo que atraía mi atención era salir de la escuela entre semana, como pocas veces ocurría, cantarle las típicas canciones molestas al conductor y sobre todo andar por la calle con mis amigos, sin uniforme. Desde ese momento y hasta llegar a casa me dediqué a pensar cómo fue que todos en la escuela decidieron dejarme, así tan descaradamente: ¿se habrán preguntado por qué no llegué? ¿Alguno habrá sugerido que me esperasen un momento más? ¿Cómo la estarán pasando? Ya podía escuchar las bromas al día siguiente si alguien descubría lo que me ocurrió.

Esta ha sido una larga tarde en casa. Mamá está de nuevo en sus quehaceres, preparando algo en la cocina que hace sonar mucho el aceite y saca grandes nubes de humo por la ventana, seguramente estará cocinando papas a la francesa o enchiladas. No puedo ver qué es porque estoy aquí, sentado en la sala viendo Los Thundercats, comiendo yogurt de fresa y Yakult. Es tan rara la sensación de estar en casa a estas horas, ver en la tele programas que ni siquiera sabía que se trasmitían, fijar la mirada en el piso del patio, mirando cómo avanza el Sol de la tarde, de una manera en que hacía mucho tiempo no veía. Mi torta sigue empacada, le eché una mirada y descubrí que el olor a cebolla ya perfumó por completo mi mochila favorita. La torta luce aplastada, mojada y con una servilleta que se le ha pegado por completo. No la comeré; ese tipo de tortas no se hacen para comer en casa.

lunes, 14 de junio de 2010

NO QUIERO


Me tomó una hora despertarme por completo. De un lado para otro volteo mi cuerpo tratando inútilmente de motivarme a pegar un salto fuera de la cama. ¿Me pides que te cuente cómo es un día normal en mi vida? Lo que tengo son varias razones para no hacerlo: en primera, tengo mala memoria, por las tardes me resulta difícil recordar qué fue lo que desayuné si alguien me lo pregunta. La segunda, aún no puedo pensar, sólo siento. Me gusta la sensación de las sábanas que se pegan por completo a mi cuerpo, imagino las líneas que trazan sus hilos al tejerse unos con otros, como aparece en esos anuncios que venden detergentes para ropa. Poco a poco la lucidez cedida durante la noche vuelve a entrar en mi cabeza, dejando la almohada en la que la dejé encargada.

Nunca planeo las cosas con demasiada anticipación, me parece que pensarlas diez minutos antes de hacerlas es más que suficiente, así salen frescas y de efectos impredecibles. Este estilo de rutina tendría que resultar en una vida llena de emociones y actos insospechados. Pero la verdad es que no: todos los días transcurren sólo con diminutas diferencias.

Y ahora, ya que me lo pides haré una excepción y trazaré un camino de lo que será mi jornada: Me levantaré por el lado izquierdo de mi cama, como cada día, me pondré los shorts que dejo siempre en el sillón y saldré de mi habitación a buscar algo de comida. Sobre la estufa encontraré dos cazuelas de barro: una con frijoles y la otra con algún guiso que de seguro llevará chile en sus ingredientes, uno muy picante. Mi mamá se habrá ido a practicar deporte con sus amigas, pero teniendo el cuidado de dejar el almuerzo listo. Tal vez deje mi desayuno a medias, ¡Vaya que ese chile pica! muerde, quema.

Para ese entonces ya habré gastado bastante tiempo y tendré que apresurarme para tomar un baño y salir a prisa, no quiero perder el autobús de las diez veinte de la mañana y llegar tarde a la escuela.

Después de dos horas de camino, llegaré a la que ha sido mi segunda casa durante casi un año. Me gusta que mi universidad se vea pequeña desde fuera, pero que una vez entrando en ella parezca que se alarga hasta casi llegar al monte que se encuentra a sus espaldas. La luz del sol que se refleja en el pavimento suele nublar mis ojos, así que caminaré pronto y sin detenerme para evitarme la incomodidad.

Siempre tengo hambre. Una vez que llegue al salón me darán ganas de ir a la cafetería por unas galletas y una vez allí me apetecerán unas papas fritas del autoservicio de enfrente. Después, unos tacos al pastor, o tal vez ir a comer a la casa de mi amiga Monserrat, que queda cerca, que siempre nos recibe tan amable y que tiene una cama a la que no puedo resistirme. Tal vez sea un cuento de las abuelas, pero a mí sí me ocurre: justo después de comer no quiero hacer otra cosa mas que dormir, pero no podré hacerlo, llegará el momento de volver a clase por ese mismo camino que empaña la vista.

Será casi de noche cuando regrese a casa y deba viajar otras dos horas para poder quitarme la ropa y volver a ponerme el short que guardo en el sillón. Pero antes de eso, tendré que bajarme del autobús y caminar por esas calles al lado de la avenida que tan misteriosas características presentan: un alumbrado público que no hace del todo bien su trabajo, esa casa deshabitada que pretender demostrar lo contrario con una lámpara opaca encendida a la puerta, los talleres mecánicos custodiados por perros que amenazan con salir a atacar en cualquier momento. Seguramente me asustaré con mi propia sombra cuando sienta que ella se me acerca demasiado, como si fuese la de alguien más. Caminando, esquivando a las personas, ignorando sus historias, así hasta llegar a casa.

Sí, todo esto comenzará a suceder en cuanto ponga un pie debajo de la cama. Pero hoy he decido no levantarme, así no tendré nada que contar.