Finalmente te fuiste. Como si
hubiese sido una muerte humana, lo hiciste cuando menos lo esperaba.
Después de tantos accidentes,
decidiste perecer ante ninguno en especial. Otro día llegó al calendario y ya
sólo mostrabas un mensaje de “bienvenido”, anunciando lo que sería más bien la
despedida. Después, nada.
¿Cuántas veces caíste de mesas,
escritorios y sillones? Caías para la sorpresa de todos, menos para la mía:
sabía que resistías, que no pasaba nada más que algún rayón o raspadura.
Y los líquidos. Como aquella vez
que recibiste sobre ti un “café del día, tall” entero. No ocurrió demasiado
después, sólo actuaste raro un par de días y al tercero ya estabas de vuelta a
la normalidad.
Así como el café fue el agua,
los refrescos, las morusas, el polvo y todo lo demás que se podía escurrir o
meter por tu superficie. No puedo decir que nada de esto te afectó en absoluto,
pues con el paso del tiempo tus altavoces ya no sonaban, la tecla con la flecha
abajo se tomó un descanso indefinido y tu mousepad perdía la cordura varias
veces por hora.
Pero ningún agente extraño, de
esos de los que advierten los manuales del usuario, podrían equipararse a los
años de trabajo. En abril 2013 contaríamos el cuarto aniversario, pero apuesto
que esos tres significaron cientos.
Anduviste de arriba abajo en mis
innumerables viajes Ocotlán-Guadalajara-Tlaquepaque. Soportaste diferencias
voltaicas americanas y europeas, sin ningún regulador. Te sometiste a tareas y
programas que, por tu tamaño, nadie te creería capaz de realizar.
Por encima de todo esto, lo más
importante es lo que te llevas guardado, lo cual dios sabe si se pueda
recuperar. Te llevas el conocimiento preciso de una carrera universitaria casi
completa y el recuerdo de los hechos que acontecieron en su transcurrir.
Recuerdos: cientos de
fotografías, decenas de videos, artículos, publicaciones, conversaciones de
mensajero, gente, lugares, momentos… Y el porno.
Dedicado al único artilugio
tecnológico por momentos invencible, que jamás haya sido ensamblado en esta
Tierra.
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