Se paró enfrente del hombre que estaba en la recepción, en silencio.
-Ahorita que se quite la lluvia empiezan a llegar, como en unos diez minutos. Mientras te puedes pasar, si quieres- dijo el encargado.
Necesitaba con urgencia un sanitario, así que decidió entrar de una vez. Casa vieja, pintada por completo de color azul y puertas negras de herrería, El baño estaba a un costado de la fuente que adornaba el patio central.
Habiendo terminado, se dirigió a la recepción a esperar a que la concurrencia llegase. Al igual que él, otros tres hombres, jóvenes todos, esperaban. Aún seguía lloviendo. Se impacientaron y uno a uno fueron retirándose al ver que nadie más aparecía. Se sintió incómodo siendo el único que esperaba en la recepción, no encontraba la manera de parase sin sentirse una prostituta, así que decidió volver después de algunos minutos.
Recorrió brevemente la calle hasta casi llegar a la Avenida La Paz. El centro de Guadalajara a las once de la noche no inspira tranquilidad, así que no se alejó demasiado de la antigua casa que funciona como ciber-café. Bajo un árbol, protegido por la oscuridad y los coches estacionados en la zona, pudo observar cómo arribaban poco a poco los asistentes. En poco tiempo comenzaría la “reunión” que allí se llevaría a cabo y a la que decidió asistir para observar cómo es que se llevan a cabo esas congregaciones.
–Oye, ¿sabes dónde está un ciber en esta calle?- lo sorprendió un muchacho en una camioneta blanca que estacionó a su lado. Iba acompañado de otro joven que vestía una chamarra negra. – Un ciber, un ciber- le decía, mientras parpadeaba constantemente. Sus ojos verdes lloraban ligeramente y estaba notablemente desconcertado, drogado.
–Allí a unos pasos donde está la puerta negra- atinó a decirle y comenzó a caminar en dirección contraria, como si fuese a algún otro lugar. Regresó a su árbol una vez que entraron a la casa. Al igual que ellos, parejas de hombres llegaban a la reunión, todos descendían de camionetas y automóviles grandes. Solo uno llegó caminando, un joven delgado, no muy alto, abrigado con una abultada chamarra blanca. En ese momento sintió que ya era la hora indicada, unos minutos pasadas las once y media.
Momentos después de tocar la puerta, el mismo joven que lo atendió por primera vez le pidió que entrara. Adentro, frente a la computadora estaba otro hombre, algo mayor. Éste, mostrando unos dientes considerablemente chuecos comenzó con la rutina:
-¿Cómo te llamas?
Josué.
-Ora sí llegaste a la hora, ¡eh!- dijo con un tono que intentaba ser pícaro. Josué contestó con una sonrisa fingida.
El encargado tecleó “Josué” en una hoja de Excel y también lo escribió en una pequeña etiqueta blanca.
- Son sesenta pesos.
El dinero le daba el derecho a utilizar las instalaciones, a una bebida (una cerveza en un vaso de plástico) y a disponer de todos los condones que llegara a necesitar, los cuales estaban en el escritorio del encargado en un tazón de vidrio. Era un coctel de preservativos de diferentes marcas y edades, la mayoría era de los que otorga gratuitamente la Secretaría de Salud, todos ya sin aire en el interior. Le dio el cambio y a la vez le colocó una pulsera de papel azul, con la etiqueta pegada.
A partir de ese momento ya podía hacer lo que él quisiera.
La planta baja tenía dos habitaciones y dos sanitarios. Las luces ya habían sido apagadas y la atmósfera sólo era iluminada por velas rojas en los baños, como de esas que se utilizan en los adornos de navidad. También comenzó a sonar música electrónica por toda la casa.
Había un grupo de tres hombres conversando y bebiendo al pie de las escaleras. Arriba, una habitación grande estaba rodeada de cubículos, separados cada uno sólo por cortinas de manta, con una computadora y una o dos sillas al interior. La luz de las pantallas brindaba una iluminación mayor a la que había en la planta baja. Allí, sólo había dos jóvenes recargados en el barandal de las escaleras y otros dos en sus respectivos cubículos. Al fondo, una pequeña habitación que, junto con otra, más tarde sería utilizada como cuarto oscuro.
Hombres subían y bajaban, caras nuevas, recién llegados. La lluvia ya había cesado y como lo predijo el encargado, la gente arribaba. De un momento a otro, Josué se quedó solo rodeado de computadoras. Comenzó a escuchar cómo desde el cubículo de la esquina una pareja se besaba, jadeantes. Al otro extremo de la habitación, en el baño, también comenzaron a salir sonidos: un hombre dando leves gemidos, breves, reservados.
Decidió volver a la planta baja y ver qué era lo que sucedía allá. En una de las habitaciones, comenzaba a reproducirse Corrupción Mexicana, una película pornográfica gay, de producción nacional. Frente al monitor estaba Rogelio, un hombre que seguramente apenas pasaba los treinta años y que miraba atento. Josué le dijo que era la primera vez que iba a una reunión de ese tipo y que no sabía exactamente lo que ocurriría.
- Pues, vienes, te quedas en ropa interior y… si alguien te gusta, pues ya sabes- Sonriendo brevemente, sonaba tranquilo, con la seguridad del experto que instruye al principiante. Él ya estaba en ropa interior y camiseta.
-¿Sueles venir a menudo?- le preguntó.
- Pues, sí, algunas veces. Te la pasas a gusto.
En ese momento, entró un hombre alto y rapado. Usaba una gorra gris, unos calzones que hacían juego y una playera negra. Les entregó bolsas para basura y se fue para seguir repartiendo. Josué salió de la habitación y se encontró con un grupo de hombres en calzones. Uno de ellos, el que hablaba más animadamente y era más escandaloso lo interceptó:
- Oye, oye, ¿Por qué tan vestido? Recorrió con sus dedos el pecho de Josué, por encima de la camisa.- A partir de este momento todos se van a quedar en ropa interior, echas en la bolsa tu ropa y la dejas en la recepción- añadió.
El grupo de hombres miraba atento a los movimientos de Josué. No hizo nada, no dijo nada. Debía hacerlo, todos estaban expectantes y si no se quitaba la ropa, estaría demostrando que no había ido a la reunión para participar, sino para hacer cualquier otra cosa (como ser el protagonista de una crónica, por ejemplo) Dejó la paranoia a un lado cuando el hombre comenzó:
– A ver, deja te ayudo- dijo el escandaloso. Empezó a quitarle la playera y Josué le ayudó quitándose el pantalón. Su identificación, dinero, llaves y su teléfono celular iban en los bolsillos y no le quedó más remedio que confiar en la bolsa de basura y entregarla. El encargado la señalizó con otra etiqueta y la depositó en la habitación que estaba a sus espaldas, de acceso restringido.
- ¿Así está mejor? les lanzó la pregunta tratando de ocultar su nerviosismo.
Comenzaron a charlar. Uno de ellos, el más alto, musculoso y con una pequeñísima trusa transparente decía ser médico en Madrid. Aseguraba que la gente se contagia de VIH aún utilizando el condón:
-No te sirve de nada, lo que realmente importa son tus defensas, si te vas a contagiar, te vas a contagiar. Te aseguro que más de uno en esta casa está contagiado y nunca se ha hecho una sola prueba. ¿Pero sabes qué es lo realmente importante? Que la cura para el SIDA ya existe, ¡la cura para el VIH ya existe! pero esos cabrones de los laboratorios farmacéuticos no la quieren sacar ¿Por qué? Porque hay un chingo de lana de por medio, en la venta de retro virales- Por momentos al “madrileño” se le olvidaba que estaba siendo un español y comenzaba a utilizar palabras y acentos propios de un mexicano, como él.
Otro de los hombres, muy bajo de estatura era de Guanajuato. Le llegó la invitación a la reunión por medio de una página web de ligue homosexual: -manhunt.net- Su primo no quiso entrar a la fiesta y se quedó esperándolo afuera en su camioneta. Ambos planeaban ir a bailar a Blackcherry, una vez terminada la reunión. –Me vale que se espere, yo me la estoy pasando bien- decía mientras bailaba tomándose del pilar de la fuente, como si éste fuese un tubo en un table dance.
La charla se tornó del VIH hacia el gusto por la forma de los penes: El médico no se acostaba con alguien si el hombre no tenía una “polla” de veintitrés centímetros de largo o más – ¿Cuál es el promedio aquí? ¿Quince, dieciséis? ¡Eso de qué me sirve!-
Después aceptó que él se conformaba con penes de menor tamaño que veintitrés centímetros sólo si los hombres lo tenían grueso, “muy grueso” – Pero bueno, vamos a follar, ¿no?- dijo mientras ingresaba a una habitación junto a las escaleras, la segunda utilizada como cuarto oscuro.
Lo dejaron. Se sentía como un niño en el preescolar que no encuentra con quién pasar los minutos del recreo. En el patio, el hombre corto de estatura estaba conversando con uno de los encargados de la casa-ciber-café y se les había unido otro hombre, en sus veintes seguramente, que usaba solamente una trusa negra y un collar largo de madera. A los primeros dos Josué ya los había visto y habían intercambiado algunas palabras, así que se dedicó al del collar:
-Hola, ¿cómo te llamas?- Preguntó.
- Rafael, ¿y tú?
- Joel, soy Joel- (no se le ocurrió otro nombre no tan parecido al suyo).
En el círculo que formaron todos asentían e intercambiaban sonrisas discretamente. Hombres venían, escuchaban y se iban, algún otro se quedó. Josué le preguntó al de la trusa negra a qué se dedicaba. Después de dudar un poco, respondió:
-Vendo collares. Sí, así es, vendo collares. Y jugaba con las cuentas de madera.
-¿Ah sí, y cómo los haces?- Preguntó otro de los hombres que se habían unido al círculo.
- ¿Quieres saber? Ven, deja te enseño cómo- Lo condujo hasta una de las habitaciones. Recargado en la pared, el del collar de madera comenzó a acariciar al otro joven. Tuvieron una breve conversación:
- ¿En serio vendes collares?
- Bueno, no, soy RP.
- ¿De dónde?
-¿Para qué quieres saber?
-¿De dónde?
- De Telcel pues. Mejor te la mamo, ¿no?
- Con un condón, vas.
- ¿Con un condón, una mamada? -dijo el del collar, muy extrañado al escuchar esas palabras – Entonces mejor te la meto- añadió.
Volteó al joven bruscamente, se colocó un preservativo y comenzó a penetrarlo. Con la palma de la mano lo hizo agacharse. Más hombres comenzaron a llegar a la habitación para presenciarlo. Constantemente el joven se enderezaba y el del collar lo obligaba a bajar la cabeza de nuevo. El que penetraba estaba impasible, no abría la boca ni un milímetro. El otro gemía, daba grititos, constantemente se lubricaba el ano con saliva.
-Espérate- Y le sacó el pene de repente- Es que creo que se rompió.
-A ver- y el otro le pasó los dedos por el pene.- No, está bien.
Volvió a empinarse, a gemir de nuevo.
-Espérate, es que creo que huele feo, volvió a interrumpir- El otro pasó de nuevo sus dedos y luego se los llevó a la nariz.
-No, huele a condón nada más.
El de los collares repitió las palabras de su compañero y se quitó el preservativo, arrojándolo al piso. Se fue de la habitación dejando al otro con los calzones a los tobillos. Su show ya se había terminado.
Al pie de las escaleras, a la entrada del cuarto oscuro, se había reunido un grupo de hombres. Indecisos miraban al interior de la habitación, como quien está a punto de lanzarse al agua, de un clavado. Josué los hizo a un lado y entró. Calor humano fue lo que lo recibió. Allí la luz de las velas ya no alcanzó a penetrar para nada.
El cuarto estaba lleno. Había un semicírculo de hombres con la ropa interior hasta las rodillas, algunos otros les practicaban sexo oral. Pegado a la pared, Josué fue recorriendo la habitación hasta llegar al fondo.
Gemidos. Respiraciones agitadas. Calor.
El Laberinto es el nombre del cibercafé que algunos fines de semana organiza orgías homosexuales después de las diez de la noche. Y así se sentía Josué, en un laberinto donde cualquier rincón era inhóspito. Un laberinto que memorizó al poco tiempo de haberlo recorrido. Entró a las mismas habitaciones, a los mismos baños, al mismo patio una vez tras otra, encontrando a gente diferente cada vez que inspeccionaba algún rincón.
Subió las escaleras una vez más. Ocupó uno de los cubículos. Sin darse cuenta, ya habían transcurrido aproximadamente tres horas desde su llegada.
La página principal era un chat:
– ¿Quién está en el ciber Laberinto?- se leía en la pantalla. –
-Somos dos, uno pasivo y el otro inter- decía otro de los mensajes que iban apareciendo en la ventana de la conversación grupal. Pasivo es igual a “me gusta ser penetrado” e inter a “me gusta penetrar y ser penetrado”.
Un nuevo mensaje:- Pasivo en el nueve, ¿alguien para coger ahorita?
-¿En qué número estás?- le respondía otro.
Y se juntaron. Dos hombres comenzaron a tener sexo en uno de los cubículos mientras los mirones pasaban a un costado, abrían un poco la cortina y se iban. Algunos otros miraban por encima. Pero todos miraban. Josué miraba. Miraba cómo un muchacho delgado le metía la lengua entre las nalgas a un hombre rapado, algo mayor que él, cómo después le chupaba el pene, cómo después era penetrado por el pelón.
La pared a las espaldas de Josué era la única dirección donde no lo rodeaba el sexo. Frente a él la pareja, a un costado, el cuarto oscuro de la planta alta, lleno de gente, el cuarto escupiendo gemidos por la puerta. Al otro lado, un hombre desnudo de pies a cabeza, velludo y grueso se masturbaba mirando pornografía en internet.
¿Aquello era todo? ¿Qué más podía ocurrir? ¿En qué momento debía irse? se preguntaba.
–Hola- le dijo un joven bajo, blanco, tímido, como de unos dieciocho años. Josué casi no alcanzó a escuchar las palabras. –Qué onda- replicó subiendo el tono un poco.
- Hola, respondió Josué.
- ¿Quieres ir abajo?
- Sí, expresó sin pensarlo. No se dio cuenta de que esas palabras eran una invitación. Lo siguió por las escaleras hasta el cuarto oscuro de la planta baja. Cruzaron la barrera de gente y se colocaron en una esquina. Hasta ese momento, no se habían puesto las manos encima.
El joven se volteó y pegándole sus nalgas a Josué comenzó a estrujarse, a moverse. El joven le bajó el bóxer y con una mano le sostuvo el pene, con la otra le colocó un preservativo de un solo movimiento:
-¿Me la quieres meter?-
El corazón se le aceleró a Josué más que en toda la noche y sus nervios llegaron al máximo.
-Espérame poquito- le dijo y salió casi corriendo de la habitación, subiéndose el bóxer, no sin antes quitarse el condón y tirarlo en el piso.
Fue de inmediato al baño, se bajó de nuevo la ropa interior y comenzó a lavarse el pene con mucha agua. No sabe por qué hizo eso, no era necesario, no le iba a servir de nada.
De pronto escuchó un ruido en la ventana. Era el joven que quería que lo penetraran, asomándose entre las celosías. Segundos después, éste empujó la puerta, queriendo entrar. Josué se sintió como en esas películas de zombis donde las criaturas hacen hasta lo imposible para llegar a sus víctimas y se cuelan por donde sea (fue muy exagerado).
Lo encontró, lo abrazó y comenzó a tocarlo de nuevo. A Josué, excusas no se le ocurrían. Debía pensar en algo pronto. En definitiva, estaba allí para observar lo que ocurría en una reunión clandestina como esa, no para terminar participando en ella.
-En serio, me tengo que ir, me tengo que ir.
Y lo dejó en el baño antes de que pudiese decir palabra alguna.
Le entregaron a Josué su bolsa de basura. Ni siquiera revisó si sus pertenecías seguían en los bolsillos. El encargado le abrió la puerta diciendo buenas noches y él salió, con el pene mojado, con el corazón a punto de explotarle y con el olor de un perfume ajeno, con ese olor, que lo persiguió hasta el día siguiente, aún después de tomar el baño.
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