El sótano de los libros y las revistas es la antesala de lo que era el glory hole más grande de Guadalajara. También era el alivio para los cientos de compradores del Centro Histórico que no encontraban otro lugar para orinar.
La gente podía llegar pronta y pasar al baño directamente, sin siquiera hojear un poco las revistas, sin fingir una actitud de potencial comprador al que no se le debe negar un baño.
También era común la historia de aquellos presurosos por el uso del sanitario, pero que podían aguantarse unos minutos más y echaban un ojo a las publicaciones, para despistar a los guardias y a los vendedores del Sanborn’s que está en avenida 16 de Septiembre y Juárez.
Es desde septiembre del año pasado que este punto de encuentro ha ido perdiendo su fama. La administración decidió cobrar cinco pesos a cada persona que desee usar el baño y brindar el servicio gratuitamente a sus clientes, ya sea del restaurante o de la tienda, siempre y cuando acrediten su compra con la respectiva nota de venta.
Con la imposición de la cuota y el paso de los meses, el baño del Sanborn’s ha cambiado su ambiente. Ya no hay una larga fila de hombres esperando un mingitorio libre o un retrete. Ahora ellos pueden darse el gusto de elegir el que luzca más limpio. Pero las historias de aquel tiempo cuando el baño era gratis permanecen en la memoria.
Los cuentos urbanos de la Guadalajara homosexual apuntan al sanitario de este Sanborn’s como un lugar de ligue cotidiano y encuentros sexuales furtivos. Los hombres que deseaban descargar sus potencias seminales con la ayuda manual de otro varón se posaban frente al repertorio de revistas, fingiendo interés por alguna de ellas: Traveler, Expansión, Perros & Compañía, Vogue o 15 a 20, no les importaba mucho cual.
Francisco Mora, quien en la actualidad ofrece a los clientes las toallas para secar las manos y el jabón, relata:
“Yo no estoy en contra de ningún homosexual ni de preferencia ni nada, cada quién su cotorreo, pero se la pasaban allá en los libros, nomás viendo quién entraba. Y entraban y salían, y entraban y salían. Nomás estaban allí a ver si agarraban algo, checándose en los mingitorios. Y eso se acabó, ya no entran de esa gente, de esos chavos, sino que llegan directamente a lo que vienen. Eso estaba creando una fama bien enorme. A esta sucursal ya le decían Sanborn’s Gay por tanto chavo. Y ya no”.
En los lapsos entre que atiende a un cliente y al siguiente, Francisco explica que el servicio es más “exclusivo” a partir de que cobran por el uso del baño.
“Mucha gente todavía reniega. ¡Son cinco pesos, carnales! Un pesito más y te vas en el camión, pero aquí entras y todo está a tu disposición: jabón, papel hasta para llevarte a tu casa. Hay gente que le jala y le jala al papel y se lo llevan”.
- “Adelante joven, buenas tardes”. Y continúa:
“Si entras a cualquier otro baño público son tres pesos lo que te cobran, pero desde que entras te dan tus cinco pedacitos de papel y es tu bronca si alcanzas o no. Entonces sí es mucha la diferiencia”.
- “Suerte mi señor, ¡buen provecho!”.
Carlos Ortiz tiene 32 años y es cliente de Sanborn’s 16 de Septiembre. “El otro día llevé mis revistas al carro y dije ¡Ay! me anda del baño. Entonces regresé y no me dejaron entrar”. Le negaron: “No, no, lo siento, no trae el comprobante”. Él respondió “¡Oye pero te acabo de comprar!”. Y opina: “¿Qué les pasa? ¿Por qué están generalizando? Puede haber gente que sí compró, pero que por alguna situación se le olvidó el ticket o se lo dio a un familiar. Si quiero entrar al baño y no me traje el ticket no me dejan pasar. ¿Y esos cinco pesos a dónde van? A la empresa. ¿Quién se está beneficiando? Ellos”.
“A fin de cuentas la gente que entra al baño, entra a ligar, entra a lo que sea, pero también puede ser cliente. Y estoy seguro que la mayoría de los Sanborn’s pueden ser parte fundamental de un tipo de grupo, de homosexuales, de emos, de lo que sea. Somos clientes todos”.
Francisco Mora; el empleado y Carlos Ortiz; el cliente, tienen una breve discusión sobre las ventajas y las injusticias de que el acceso al baño sea restringido. Los clientes entran y salen ya sin detenerse a intercambiar miradas entre ellos. Mientras, el agujero que alguna vez sirvió de puente entre un miembro y otra boca, ya está clausurado con una placa y tres tornillos.